En algún momento de nuestras vidas nos ha faltado algo:
Ese abrazo que queríamos y nadie nos dio. El reconocimiento por un logro. La atención sin prisas.
La vida está llena de frustraciones que, desde que nacemos, vamos a tener que transitar, sostener e integrar.
Algunas de ellas pueden acabar generando un espacio interno que se queda huérfano de amor y que acabará siendo nuestro vacío interior.
Y como personas que maternan y paternan, se nos abre la puerta a reparar nuestro propio vacío interno.
Nuestro espacio huérfano de amor ya no es tan grande como cuando éramos pequeñas/os. Cuando les damos a nuestros hijos e hijas aquello que no nos dieron, la reparación toma un doble sentido: hacia adentro (pasado) y hacia afuera (inversión de futuro).
Tomar perspectiva de nuestras heridas y aprender a curarlas desde dentro nos brinda la oportunidad de restablecer el vínculo con el amor que merecemos por el simple hecho de estar vivas/os.
¿Cuándo puede darse el vacío en nuestrxs hijxs?
*cuando no les acompañamos amorosamente en las frustraciones
*cuando son demasiado grandes para su momento vital
*cuando las personas adultas no estamos reguladas
*cuando les sobreprotegemos
Así, se crean lugares en su interior que se han quedado vacíos, carentes de aquello que, en un momento primordial, necesitaban de verdad.
Cuando nacemos, somos seres totalmente incompletos a nivel madurativo. Y aquí empieza la gran escisión cartesiana de la salud mental: considerar que por tener el cuerpo formado, nuestra maduración es igual.
Mientras acabamos este proceso de formación de nuestro sistema nervioso, sensitivo, emocional y cognitivo, los bebés necesitamos que todo nos venga dado de fuera, tal cual estuviéramos siendo todavía gestados en el útero.
Como ese espacio biológico se nos ha quedado pequeño, acabamos de formarnos como seres humanos fuera de él, pero seguimos necesitando recibir todo lo que se nos daba en el proceso de gestación intrauterina: contacto, cuerpo, alimento, seguridad, sostén, calma, paz, etc.
Ese primer año fuera del útero es crucial para la formación de nuestro apego.
Todo aquello que no se nos da, alimenta el vacío interno; ese espacio huérfano de amor que, de hacerse muy grande y/o perpetuarse en el tiempo, nos moldea para que, en la Vida, nos cueste vincularnos con el amor, la confianza, la seguridad y la resiliencia.
El vacío interior se gesta en nuestra infancia cuando no recibimos lo que necesitamos y está hecho de carencias reiteradas, negligencias o necesidades auténticas no satisfechas.
Cómo proceder:
Es muy importante que aprendamos a diferenciar qué cosas del día a día de los niños y niñas pueden generar un vacío.
Hay que distinguir entre las frustraciones adecuadas y las frustraciones que tienen un componente más traumático.
Te dejo tres puntos importantes para que puedas aprender a diferenciarlas:
1 - Las frustraciones son adecuadas cuando tienen que ver con su ámbito cotidiano, es decir, cuando les ponemos un límite porque tenemos que irnos del parque o porque ya no pueden comer más chocolate o porque nos tenemos que ir a dormir.
Aunque no les guste esa frustración, la pueden tolerar y la pueden sostener porque tiene que ver con su momento del desarrollo.
2 - Las frustraciones adecuadas son aquellas en las que __siempre están acompañados __ por una figura de referencia adulta que está regulada.
3 - Las frustraciones son adecuadas si acompañamos en la mentalización: Cuando hemos acabado de acompañar una frustración, puede ser el mismo día o al día siguiente, se lo explicamos. Les recordamos: ayer te puse un límite y no te gustó. Ayer te quitaron el juguete, te enfadaste mucho y tuvimos que irnos a casa…
Recordarles lo que han vivido les ayuda a integrar su experiencia.
Tengamos en cuenta que aprenderemos a llenarnos de amor si, en nuestra entrada en la vida nos recibieron de esta manera.
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